jueves, 27 de mayo de 2010

Crisis Soberana Europea

La crisis de la deuda soberana europea, iniciada en Grecia a principios del 2010 ante la revelación de la existencia de un déficit fiscal mayor que el reportado originalmente, ha generado un fuerte incremento en los spreads sobre sus bonos soberanos, generando dudas acerca de su capacidad de refinanciar la deuda externa que vence este año (por montos billonarios) y a qué costo. Debido a que forma parte del bloque monetario del euro, Grecia no cuenta con la tradicional receta de devaluar su moneda para fortalecer la competitividad de sus exportaciones. A su vez, dado que conforma parte del club del euro, consideraciones políticas le cerraron la opción de acudir al FMI en busca de ayuda (como lo hicieran Hungría, Estonia y otras economías de Europa Oriental), debido al estigma que ello representaría para la moneda común.

La falta de decisividad y liderazgo político de la Unión Europea a la hora de definir un paquete de rescate para evitar que Grecia se viese obligada a reestructurar (o peor aún, repudiar) su deuda externa, no hizo más que exacerbar la inquietud de los mercados privados, generando en primera instancia una marcada depreciación del euro frente al dólar y, posteriormente, sendas reducciones en las calificaciones soberanas no sólo de Grecia sino de otros países del grupo euro bajo una delicada situación fiscal, a saber, Portugal y, aún más importante, España, cuya economía eclipsa en tamaño a la griega.

Tras la fría reacción de los mercados ante el eventual anuncio de un programa de rescate conjunto orquestado por la Unión Europea y el FMI; y el más ambicioso programa develado poco después para asistir, vía un fondo de emergencia por el equivalente a $957 billones, a otros países del grupo euro en un predicamento fiscal similar a Grecia (como España Portugal, Irlanda y, en menor escala, Italia ), en paralelo a una facilidad del Banco Central Europeo para comprar deuda de estos países independientemente de sus calificaciones crediticias (efectivamente monetizando su deuda), permanecen serias dudas respecto a los prospectos futuros de la región:

a) En caso de una eventual reestructuración de la deuda griega, la crisis se podría transmitir vía el canal bancario hacia Francia y Alemania, ambos grandes tenedores de deuda helénica. Ello podría afectar seriamente los balances de sus bancos y motivar ya sea una contracción crediticia o nuevas recapitalizaciones / nacionalizaciones bancarias –como las que se dieran a finales del año 2008 y principios del 2009 en Estados Unidos y Europa misma– para mitigar los efectos de la caída del valor de los bonos soberanos griegos sobre el patrimonio de los tenedores de estos instrumentos.

b) La prospectiva incapacidad de Grecia de pagar sus deudas podría no sólo aumentar los costos de captación del resto de los PIIGS, sino causar que se les cerrase el acceso a fondos privados y deban acudir a la Unión Europea/FMI en busca de fondos a tasas concesionales –y fuertes condicionalidades asociadas en términos de reducción del gasto público–. Para economías que se encuentran saliendo de una recesión, el tratar de estabilizar su déficit fiscal vía el lado del gasto atentaría contra una potencial rehabilitación económica del lado de los ingresos, pues el ingreso disponible de las familias caería, la inversión de las empresas reaccionaría a la baja y el gobierno no podría desarrollar políticas fiscales contracíclicas. Todo ello dificultaría el generar los ingresos necesarios para repagar las nuevas deudas asumidas, causando que el plan de auxilio no haga más que postergar un posiblemente inevitable impago soberano.

c) De extenderse la crisis al resto de los PIIGS, las transacciones comerciales intraeuropeas se verían seriamente afectadas, presionando a la baja las grandes economías como Alemania y Francia. A su vez, la exposición bancaria de estos países a España e Italia generaría pérdidas aún más cuantiosas sobre sus bancos, generando dudas acerca de su estabilidad. En este punto, la credibilidad del euro como moneda se vería seriamente comprometida y lo que fuera originalmente una crisis de confianza de inversores privados sobre la estabilidad fiscal de una pequeña economía europea podría transmutarse en una crisis paneuropea capaz de extenderse a Estados Unidos por el canal comercial vía menores importaciones de bienes norteamericanos; por el canal financiero vía la intrincada red de exposiciones entre bancos globales con operaciones en ambos continentes; y vía el canal de expectativas, mediante posibles presiones sobre Estados Unidos (y China) para recapitalizar al Fondo Monetario Internacional y así poder acudir al rescate de los gigantes europeos cuya hipotéticamente frágil moneda (y probables gastos incurridos en un rescate formal de los PIIGS, de llegar a ser necesario) aumentarían el costo de servicio de su deuda denominada en dólares y encarecerían la factura de sus importaciones.

Si bien esto es un stress test cualitativo e informal, la incipiente crisis griega cada vez muestra más señales de metastizar (al igual que lo hiciera la crisis subprime) ante la decadente confianza de los inversionistas privados –en los que han llegado a depender los PIIGS para financiar sus déficits, sustituyendo al ahorro interno– no solo sobre la situación fiscal de los países en crisis, sino sobre la capacidad de los líderes europeos de actuar decisivamente para formalizar un plan de rescate económica y políticamente viable.

Por su parte, los bancos europeos que abrazaron el riesgo moral y prestaron a países fiscalmente irresponsables ante la expectativa de un eventual rescate europeo, podrían reeditar la etapa de pánico interbancario que sucediera a la quiebra de Lehman Brothers –sustituyendo los activos tóxicos inmobiliarios por bonos soberanos de la periferia económica europea–. Por último, queda por verse la potencial inestabilidad política que podría brotar ante los implacables planes de austeridad impuestos desde ya sobre Grecia (y que eventualmente podrían llegar a la Península Ibérica), si los ciudadanos llegasen a rechazarlos ante la expectativa que, más que nada, estos no harían más que sacrificar la calidad de vida del pueblo para proteger los balances de los bancos que fungen como corazón de la economía europea y global.

Queda, entonces, esperar si la crisis soberana europea será no más que un breve (y relativamente inofensivo) corolario a la crisis financiera y económica mundial que mantuviera en vilo al planeta durante buena parte de los últimos 2 años o si, por el contrario, se convertirá en el catalizador del segundo capítulo de una prolongada desaceleración global.

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